sábado, 14 de abril de 2012

SOCIOLOGÍA DEL SONIDO

SOCIOLOGÍA DEL SONIDO




El sonido, es la representación acústica que consideramos coherente, debido a la posibilidad de asociarla a referentes objetivos y subjetivos, es decir, las señales que asociamos al medio natural y social y las que vinculamos a estados afectivos, convicciones y demás expresiones de la conciencia. Las representaciones caóticas o incoherentes, las designamos como ruidos.



El entorno contemporáneo tiene la mayor diversidad de estímulos acústicos de toda la historia humana. La nueva sociedad burguesa adquirió conciencia de ello a partir de su revolución industrial del siglo XIX e intentó diversos procedimientos para explicarlo, admitirlo o excluirlo. En el campo artístico, la literatura desarrolló el romanticismo para anular los efectos del racionalismo revolucionario europeo y consolidó por un lado, la imagen ideal de la quietud y armonía de los jardines y mansiones convenientes, para que la burguesía y los restos de la nobleza excluyeran los sonidos fabriles, principalmente las explosiones de las masas obreras y los miembros del campesinado transformado en mendigos; por otro, describió crudamente los efectos del proceso sobre éstos. Abierto el camino, intérpretes de todas las áreas de la conciencia social inauguraron corrientes y escuelas.



La ingeniería y la arquitectura, convirtieron en una disciplina sistemática el urbanismo. Surgieron barrios aristocráticos y obreros separados, periferias de marginales y pobres, y las ciudades reordenaron sus estructuras sanitarias y represivas. Cada una de las áreas urbanas mostró ambientaciones específicas, incluyendo ruidos, olores y colores.



Las explicaciones mas avanzadas sobre el sonido y el ruido, han sido las de la medicina y su fundamento: la fisiología, continuadas con eficacia por la psicología, movidas por la importancia de controlar los daños fisiológicos que afectaban la productividad de los trabajadores.



La globalización de las sociedades, en el siglo XXI, disparó la complejidad de las relaciones y los individuos han sido forzados a buscar un mayor número de respuestas a sus efectos. El aparente caos de estímulos económicos, políticos, militares, confesionales, científicos, tecnológicos, culturales y morales a los que debe responder cada individuo, se magnifica mediante la electrónica de los siglos XX y XXI, regida por las leyes de un mercado en expansión, que amplió los decibeles de los estímulos acústicos y exige niveles de reacción mas tempranos y precisos. Un ejemplo, es la jerga digital empleada en los teléfonos celulares, denunciada por los puristas de los idiomas.



Sobre esa base, las élites financieras del capitalismo actual no van a promover barrios ideales, como los de los años de la 2da postguerra mundial del siglo XX, cuando prometían una vida de “clase media” satisfecha para todos (excepto los de las neocolonias). En su lugar, los gritos desesperados y desarticulados de marginados locales, son convertidos en estilos y modas “artísticas” universales: rap, reguetón y otros, que en un contexto social diferente pierden su papel de denuncia y se transforman en expresiones de una subjetividad primitiva de banalidades y vulgaridades, donde se borra la diferencia entre lo folklórico y lo grotesco. Absurdas polémicas alrededor de géneros, alimentación, generaciones, “derechos” y omisión de principios políticos, éticos y deberes sociales, son, promovidos artificialmente en las sociedades mas diversas, como imponer la “democracia” norteamericana en todas partes, provocando el olvido de objetivos nacionales y regionales esenciales. Adicionalmente, esto provoca el aislamiento de sus protagonistas y la desunión social. “Cambiar para que nada cambie”, piensan y dicen los ideólogos de la élite imperial.



Por todo lo anterior, las denuncias y quejas contra el ruido, cuando se basan exclusivamente en sus daños a la salud auditiva, son muy limitadas, porque las medidas a tomar se reducirían a controles tecnológicos. Es necesaria una conceptualización cultural de los efectos del ruido, pues no se trata de la forma artística, sino que el contenido, además de palabras o texto y estructura de sonidos, implica una intención social justificada en su origen, que al trasplantarse a culturas diferentes se vuelve superficial y antihistórica. Una política cultural verdadera, debe saber asesorar y controlar esos contenidos.



Ariel R. Barreras Enrich



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