miércoles, 7 de julio de 2010

Aventuras de un perro en Cuba

Este artículo abarca más que perradas, perrerías y perretas de un cachorro; se ocupa del
entorno perruno e incluye a sus propietarios, es decir, a nosotros.

La primer constancia histórica de su existir proviene de la sobrina de mi mujer, quien lo
encontró abandonado sobre un banco de una parada de ómnibus. A las 24 horas comprobamos
la información cuando lo trajo el padre de la sobrina, o sea, mi cuñado, quien se negaba
a tenerlo en su casa porque ya tenían el visado de "La Embajada" -de ya se sabe dónde,
pero dicho así con misterio--, "Para Emigrar" -dicho con petulancia, hacia ya se sabe
dónde.

De esa forma billaresca, es decir, por carambola, se perdió "Tin" el paraíso y llegó a mi
casa, donde recibió ese nombre, porque era un chihuahua y en Cuba la segunda menor unidad
de medida es el "tín", en esa escala ascendente que comienza desde la "pendejésima", el
"puñao", el "montón", la "pila" y el "burujón", solo superado por el infinito "cojonal
de cosas", única referencia matemática en el universo capaz de designar lo
inimaginablemente extenso, más allá de la magnitud de Dios.

A bordo de Tin viajaban algunas garrapatas y numerosos ácaros de la sarna canina, que
habían escoriado su piel en varios puntos. Por el miedo a los autos y bicicletas, por sus
gemidos ante la visión de adultos de su especie y la desnutrición de su anatomía,
imaginamos que también llevaba encima la impresión de peligros de tránsito y dentelladas,
además de su evidente orfandad alimentaria.

Cualquiera puede pensar que Tin inspiraba lástima, compasión o indignación por el abandono
en que había sido sumida, --ahora, como saben que Tin es una perra, pueden agregar la
discriminación que el género femenino sufre en todas las especies de mamíferos-Se
equivocan, a pesar de todo no inspiraba ninguno de esos sentimientos, lo que ella
inspiraba era asco.

En una situación parecida, el consejo habitual que se da al dueño de un despojo semejante
y más en un país bloqueado, es que lo sacrifique. Pero en mi mujer hay un corazón más
valiente que en el personaje de Mel Gibson y sin encomendarse al celestial o al
subterráneo -como indica el refranero-, me dijo que había una posta veterinaria en el
barrio, donde por diez pesos cubanos, equivalentes a cincuenta centavos de dólar,
desparasitaban y vacunaban a la perra y daban orientaciones dietéticas.

Este servicio emergente de costo mínimo, está complementado por otro gratuito, consistente
en visitar cada seis meses a todos los animales afectivos y ofrecer la vacunación a los
que necesiten renovar la inmunidad ante varias afecciones. El objetivo de la salud
veterinaria está inserto en los de la salud humana y por ello hay más de una posta
veterinaria y fitosanitaria en cada barrio del país. Su esencia es la vigilancia sobre
vectores, capaz de proteger a la población de epidemias biológicas espontáneas o
inducidas como las del dengue o la conjuntivitis hemorrágica, por solo citar dos de las
que provocaron muertes humanas.

Cuando regresamos ya sabíamos que Tin no podía ingerir nada de harina de trigo, nada de
pescado o mariscos, nada de grasas, nada de dulces y azúcar. Después de ese informe solo
podía concluirse que lo único disponible y en abundancia para Tin era el aire.

Así fue como empezaron las nuevas aventuras de Tin ya no en la vía, esquivando carros y
colmillos hostiles; sino a cuestas de nosotros, que decidimos visitar a experimentados
amigos en la sobre vivencia de sus animales afectivos. Primero visitamos a los criadores
de perros, empezando por los pocos que eran propietarios de animales de raza. Ellos nos
explicaron la necesidad de que Tin tuviera un árbol genealógico reconocido y registrado,
para recibir una cuota periódica de carne para perros. Entre los demás, es decir, los
dueños de bastardos, satos y similares, la gran mayoría de nuestros conocidos, no había
preocupación por el asunto, dado que ellos simplemente les echaban las sobras de la
comida, haciendo esa mezcla que en música clásica se llama "rapsodia", en la comercial
"potpurrí" en la metalurgia "aleación" y en gastronomía popular "sancocho", sin atender a
alergias, dieta o minucias parecidas.

Desolados nos fuimos al área de los criadores de aves, los especialistas en asuntos
melodiosos o coloreados de los plumíferos no imaginaban más allá del alpiste u otras
semillas, hasta que el práctico propietario de un gallinero nos recomendó el boniato. A
partir de entonces, encima de nuestras rodillas frente al televisor, Tin estabilizó tanto
su metabolismo como la pertenencia a nuestra familia, inocente de las preocupaciones por
la escasez de alimentos, incluso para perros, moviendo lo que le dejaron de cola cada vez
que afrontaba un suculento boniato.

La dieta monotemática de Tin confirmó mis sospechas de que habitamos el país de los
milagros, porque la chihuahua ganaba en belleza y lozanía. Otro logro de esas
experiencias con Tin son mis conclusiones sobre estética masculina: como se dice que el
boniato beneficia el pelaje animal, tal vez los humanos calvos deseen tenerlo en cuenta
para aliviar su situación.

Vivir con Tin no implica el paso bucólico del tiempo. Nuestro apartamento tiene su entrada
frente a un paso exterior de escalera y hay que prevenir que la perrita no traspase el
límite de las barandas, pues puede caer desde un tercer piso. Además, en aras de la
higiene hay que cargarla para bajar y subir dos veces al día los inevitables tramos de
escalera.

Así las cosas, semanas después llegó mi cuñado con la sorprendente noticia de que había
"conseguido" los documentos que probaban el pedigrí de Tin. Su intención era recuperarla,
pues tenía un comprador. Se efectuaron laboriosas entrevistas, tan tensas como las que
antes celebraban entre si palestinos e israelíes. Afortunadamente, aquí llegamos a cierto
acuerdo: Tin elegiría por si misma su destino.

El día de la prueba, mi alevoso cuñado se apareció con un portentoso bistec y lo colocó en
el suelo. La superioridad sustancial era insuperable; pero le opuse los recursos
pavlovianos del reflejo: un poco más allá y en línea con el prometedor señuelo, deposité
un boniato, cuidando que fuera en el plato habitual de Tin y reforcé el estímulo situando
a mi mujer detrás de él. A una indicación, mi cuñado y mi mujer empezaron a llamar a Tin
para que se acercara a sus objetivos. La perrita corrió presurosa hacia su dueña; más,
cuando estaba cerca, se desvió hacia el otro lado. Tal vez los efluvios de aquel manjar
desconocido perturbaban la estabilidad de sus afectos y despertaban sus instintos.

Hombre y mujer emocionados empleaban los matices más variados de voz reclamando a la
perra: "tincita", "tintin", "tirintintín". Quizás la inesperada lucha entre afectos e
instintos, obligaba a una cruel alternativa freudiana que se abatió sobre la chihuahua.
Pero, solo duró unos instantes, con decisión perruna tomó mayor impulso y sin nada ni
nadie que pudiera evitarlo, pasó entre los dos y saltó al vacío desde el tercer piso.

Un grito de horror y una maldición se oyeron al unísono. Nos precipitamos a la baranda
para ver los resultados del suicidio y para asombro de todos, vimos que Tin volaba rauda
hacia la copa de un ciruelo fronterizo, mientras agitaba la cola en señal de despedida.
No hay que admirarse, ustedes saben que vivimos en el país de los milagros.



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